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Domingo III de Adviento


Hoy es el domingo de la alegría. Escuchamos una invitación a la alegría auténtica, la que viene del Señor, la que surge desde lo más profundo del alma, como un manantial que llena el corazón, y no la que se vende en los más diversos mercados: un surtido de antivalores (dinero, poder, fama, drogas, sexo…) que, aunque se pregonan como autopistas de la felicidad, conducen a la ruina, a la dependencia y a la muerte.

El domingo Gaudete nos recuerda esta dimensión necesaria de la vida cristiana: “Estad siempre alegres en el Señor”.

La razón más sólida de esta alegría es el amor de Dios, misericordioso y apasionado, manifestado en Jesucristo. Pablo consuela y fortalece la fe de los filipenses: “El Señor está cerca” de cada ser humano. Es parecido a lo que dice el ángel a María: “El Señor está contigo”. Y, “si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”, añade Pablo en otro lugar. Sofonías nos dibuja a un Dios enamorado, “que se goza y se complace en ti, que te ama y se alegra con júbilo”, que baila alegremente. ¿Qué imagen tenemos y proyectamos de Dios? La más grande experiencia cristiana es saber, “saborear”, que Dios te ama, nos ama. Y nos quiere no porque seamos buenos, sino porque Él lo es: Dios es amor. Esto no lo entendían los fariseos. Creían merecer la vida eterna por sus méritos. Dios es gratuito, pero no superfluo, dirá González Ruiz.

Revisemos cómo hablamos de Dios y cómo celebramos la fe, el tono de nuestros documentos… ¿Realmente transmitimos la Buena Noticia de Jesús o un código de normas que asfixian? En Jesús sabemos cómo nos mira Dios cuando sufr imos, cómo nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos.

¡Cuántas ideas raquíticas, falsas, de Dios hay que “desaprender”! El Vaticano ll nos avisa sobre el origen del ateísmo por una exposición deficiente de la doctrina o de la educación en la fe (GS 19).

Ésta es una alegría comprometida y compasiva, no alienante. No está reñida con el sacrificio y el esfuerzo liberador. Juan preparaba los caminos del Mesías, predicando la solidaridad: “quien tenga dos túnicas que las comparta con el que no tiene”; la justicia: “no exijáis más de lo establecido”; la no-violencia: “no hagáis extorsión a nadie”.

Jesús vendrá a cambiarnos la mente y el corazón, con un programa de vida digna y feliz: las bienaventuranzas (Mt 5, 1-13). La Eucaristía es la fuente, el centro y la cumbre de esa vida. Que venga a nosotros el reino. ¡Sed felices!

Antonio Ariza, sacerdote


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